Escrito
por: Lic. Pedro Borrero
¿Qué es el
Trastorno de Déficit de Atención?
El Trastorno de Déficit de Atención (o TDAH) es un
“síndrome del comportamiento” que comienza a desarrollarse en la infancia y en
la adolescencia, y que puede prolongarse a lo largo de toda la vida,
caracterizado por la presencia de síntomas como:
- Niveles de distracción moderada o grave.
- Lapsos de atención breves (“No presta atención cuando le hablo”).
- Inquietud psicomotriz (“Mi hijo no se queda quieto”).
- Inestabilidad emocional y conductas impulsivas (“Hace lo que le da la gana”).
Es una condición que se presenta, como ya dije más
arriba, prevalentemente en niños y adolescentes, pero que se puede extender (y
empeorar) a lo largo de toda la vida si no es debidamente intervenida a tiempo.
¿Por qué mi hijo tiene TDAH?
Encontrar una explicación única y universal sobre
por qué cada joven presenta este cuadro es una tarea imposible, ya que es algo
que viene determinado por múltiples factores.
Por un lado, tenemos el componente biológico, en el
que encontramos predisposiciones neurológicas a desarrollar algunos de estos
síntomas. Por el otro, encontramos el componente social, en el cual un clima
familiar disfuncional puede hacer que los más jóvenes desarrollen conductas
igualmente disfuncionales. Y además, nos encontramos con el componente
psíquico, en el que los conflictos y las fallas en el mundo interno de los
niños y los adolescentes juegan un papel sumamente importante.
Todo esto puede mezclarse hasta resultar en lo que
ahora conocemos como TDAH. Debe quedar claro que cada caso es único e
irrepetible, por lo que siempre nos encontraremos con diferencias en cada uno,
y en consecuencia, con estrategias de tratamiento diferentes para cada uno.
- Contener la angustia: muchos padres (y maestros) cometen el doble error de diagnosticar inconscientemente a niños y adolescentes con TDAH y, a su vez, dejarse llevar por la angustia que esto genera (o puede generar) sin antes consultarlo con un especialista (un psicólogo o un psiquiatra). Recomiendo a los padres mentalizarse ante el hecho de que aunque el niño presente algunos de estos síntomas, no necesariamente puede ser un TDAH. Sería dejarse angustiar sin ninguna utilidad.
2. Analizar
la situación: hay que ser conscientes que los jóvenes no tienen los
mismos recursos que nosotros para afrontar el estrés de la vida
cotidiana, ni las intensas emociones que diariamente llegan a
experimentar. Muchas veces los castigamos de una forma inconsciente, y el
castigo (en tanto limite que se impone al niño) debe tener un cómo, un por qué
y un para qué que le sean claros a los padres y, sobre todo, al niño mismo. Las
conductas disfuncionales de muchos jóvenes a veces resultan de la poca claridad
con que ellos entienden las cosas con las que tienen que vivir.
3. Consultar
con un especialista: lo ideal en todo caso es que se consulte con un
psicólogo, un psiquiatra y/o un neurólogo para la evaluación del posible
“trastorno”. A partir de allí, se decidirá si se inicia o no con el tratamiento
pertinente.
4. Hacerse
una revisión interna: usualmente, los conflictos familiares o de los
padres pueden encontrar una vía de escape en los hijos. Es recomendable que los
padres se hagan una revisión interna para identificar cómo ellos han
participado en el desarrollo de la condición del niño o del adolescente, cómo
sus propios conflictos repercuten de alguna en ellos, y como la situación por
la que estos jóvenes atraviesan resuena en el mundo interno de cada padre.
Recordemos que cada familia es un sistema en el que todos están relacionados y
todos participan activamente en los problemas… y en las soluciones de cada
quien.
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